Voluntariado Juvenil Vicentino

El Voluntariado Juvenil Vicentino tuvo su origen en París el 29 de noviembre de 1909. Nació con el nombre de “Obra de Luisas de Marillac”, y como parte de la Cofradía de las Damas de la Caridad, hoy Asociación Internacional de Caridades (A.I.C.). De esto hay constancia en un acta en la parroquia de San Nicolás de Chardonet, firmada por Monseñor Annette, Arzobispo de Paris. En Colombia fue organizado el movimiento el 2 de enero de 1933 3n Cali, desde donde se propagó al resto del País. En 1971 tomo el nombre de Voluntariado Juvenil Vicentino “VOLJUVI” dejando de ser solo femenino. Hace parte de la familia vicentina. Sigue las orientaciones de la Iglesia Católica, es ajeno a toda actividad de carácter partidista. Acata la constitución y las leyes de la Republica y promueve obras sociales de caridad y Evangelización, desarrollo humano y servicio a la comunidad.

miércoles, mayo 31

REAVIVAR NUESTRA OPCIÓN POR JESUCRISTO A LA LUZ DEL CARISMA VICENTINO: Carlos Albeiro Velásquez Bravo, CM Ibagué, 27 de mayo de 2017




“Todo lo considero pérdida [estiércol] si se compara con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor; por él doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo y estar unido a él… Lo que quiero es conocer a Cristo y sentir en mí el poder de su resurrección; tomar parte en sus sufrimientos… No pretendo decir que haya conquistado la meta o conseguido la perfección, pero me esfuerzo a ver si la conquisto, por cuanto yo mismo he sido conquistado por Cristo Jesús… olvidando lo que he dejado atrás, me lanzo de lleno para conquistar lo que está delante y corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama desde lo alto por medio de Cristo Jesús.

Esto deberíamos pensar los que nos creemos maduros en la fe… En todo caso, permanezcamos firmes en lo que hemos logrado… Ahora bien, el punto a donde hemos llegado nos marcará la dirección” (Fil. 3, 7-16).


La vida cristiana está determinada por verbos de movimiento: salir, ir, atravesar, caminar, subir, remar, lanzar…

Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (Aparecida 32). 

«Invito a cada cristiano a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso». Pablo nos conduce a esta visión fundamental: nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo (1 Cor 3, 11)” (EG 3).


El segundo objetivo específico de este Encuentro dice: Reavivar nuestra opción por Jesucristo a la luz del carisma vicentino en el contexto de la celebración de su cuarto centenario para tomar conciencia de nuestra identidad.  Comienzo haciendo referencia a este objetivo, porque este será el contenido de mi reflexión.  Se entiende con ello que los organizadores de este III Encuentro de animación vocacional quieren que se aproveche la coyuntura jubilar para ayudarnos a peregrinar al corazón del carisma, y que la memoria que hacemos no se cifre –cuantitativamente hablando– en la suma de años (chronos), sino que viva como tiempo oportuno, momento salvífico (kairós) y como un evento que se establece en un futuro próximo, una acción de Dios que determina la calidad y la seriedad de nuestro tiempo presente (Escaton).  Este es tiempo propicio para evocar significados y exigencias relacionadas con nuestra vocación (Alegraos, p. 19).

San Vicente dijo a su amigo de toda la vida, el Padre Portail: “Recuerda que vivimos en Jesucristo a través de la muerte de Jesucristo, y morimos en Jesucristo a través de la vida de Jesucristo. Nuestra vida debe estar escondida en Jesucristo y llena de Jesucristo. Y para morir como Jesucristo debemos vivir como Jesucristo” (I, 320).


El punto a donde hemos llegado nos marcará la dirección…  Pablo en su carta a la comunidad de Filipos refleja su propia experiencia de Señor. Es la carta más familiar y confidencial de los escritos paulinos. Es la carta de un corazón agradecido y al mismo tiempo preocupado, porque también en aquella comunidad se vislumbran divisiones y problemas.  El grito cúltico de las primeras comunidades se resume en esta doble confesión de fe: Jesús es Señor, Jesús es Cristo.  Pablo ya ha vivido la experiencia de dejarse alcanzar por Cristo y de tenerlo como centro, como su ‘Kyrios -Señor’.  Cristo lo alcanzó en el camino de Damasco, ahora le toca a Pablo correr para alcanzar a Cristo.  Esto es lo que nos corresponde a nosotros: hemos sido alcanzados por Cristo, ahora hay que correr para alcanzarlo. Esto deberíamos pensar los que nos creemos maduros en la fe… El “conocimiento” de Cristo Jesús se entiende en el sentido más genuino de la tradición bíblica: entrar en comunión profunda de vida y de destino con una persona.  No se trata de un “conocimiento” intelectual, que se queda en el campo de ideas, sino de una real experiencia que marca y define la vida. 

Entrar en sus sentimientos, configurarse con Él, identificarse con Él, permanecer en Él, conformarse a él en todo… maneras de afirmar la centralidad de Cristo en nuestra vida.


1.      Nuestro carisma vicentino es cristocéntrico

No voy a hacer una disertación sobre el carisma vicentino.  Pero sí quiero retomar el eje cristocéntrico del mismo, por aquello de Reavivar nuestra opción por Jesucristo a la luz del carisma vicentino.  Comúnmente decimos que nuestro carisma es “cristocéntrico”: un encuentro con Jesucristo en el pobre. Es necesario, entonces, volver una y otra vez sobre lo que es esencial.

El seguimiento es una vinculación a Jesucristo, un arraigamiento en Él; el arraigarse debe existir porque existe Cristo.  No nos arraigamos a una idea, a una ideología, a una doctrina, sino de una persona, la de Cristo. Si nos pusiéramos en contacto con una idea, nos situaríamos en una relación de conocimiento intelectual, de entusiasmo, quizás de realización, pero nunca de seguimiento personal.  Un cristianismo sin Jesucristo vivo sigue siendo, necesariamente, un cristianismo sin seguimiento, y un cristianismo sin seguimiento es siempre un cristianismo sin Jesucristo; es idea, mito. 


Todo cristiano, Como san Pablo, debe tener su propia cristología, mi vivir es Cristo (Fil 1,21), que consiste en el modo como responde a la interpelación que Cristo le hace para seguirlo.

Pedro confesaba abiertamente después de Pentecostés: «Él es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hech, 4, 11-12) Con palabras semejantes confiesa su experiencia Pablo: ¿Quién me separará del amor de Cristo?… (Rom. 8, 35). Es la misma experiencia de san Vicente y santa Luisa: Jesucristo es la roca que funda­menta su vida, es la razón de su existir, el modelo de su conducta y la fuente del amor que justifica y da sentido a su existencia.

Todo el ejercicio de la memoria tiene tres fundamentos que son imprescindibles para comprender nuestro carisma:

-          La función conmemorativa
-          La función actualizadora
-          La función profética

§  La función conmemorativa

Mira al pasado.  La memoria tiene relación directa con el pasado.  Retornar a los orígenes significa retornar a la experiencia fundante. Hacer memoria en este sentido equivale a dos cosas importantes: en primer lugar, saber de manera auténtica cuál es nuestro carisma.  En segundo lugar, comprender cuáles son las raíces evangélicas de nuestro carisma.  Los Fundadores han fundado su vida en la persona de Jesucristo, lo han seguido con radicalidad y han asumido aquellas actitudes necesarias para la realización de su propia vocación.

Se trata de redescubrir la raíz misma de nuestra vocación, la raíz que ha dado vida, que ha alimentado el gran árbol vicentino, raíz puramente evangélica. Buscar la raíz, la fuente inspiradora, la experiencia fundante y original.


§  La función actualizadora

Es la función que mira al presente.  Significa vivir hoy el carisma vicentino en un contexto histórico, social y cultural diferente. Nuestra calidad espiritual y evangélica depende de la capacidad de encarnar en nuestra realidad actual, lo esencial, la originalidad y la validez del carisma. Para esto son necesarias dos cosas:

-          Memoria de Cristo. Vivir la memoria de Cristo pobre, marginado, despreciado, que se puso al lado de los que no contaban.
-          Memoria que sea juicio de los pobres. Someterse diariamente al juicio de los pobres. Ellos deben juzgar lo que hacemos, lo que pensamos, lo que vivimos, lo que decidimos.  Ellos nos confrontan.

§  La función profética

Es la función que mira al futuro. El carisma vicentino es esencialmente esperanza para los pobres. Es necesaria una lucidez (la sabiduría del corazón) para mirar el futuro, una gran creatividad para no fotocopiar el pasado y no parquearse en un presente mediocre y superficial. Estamos llamados a eliminar lo viejo (añejo), lo que no sirve y a tener el coraje de emprender caminos nuevos que están insertos en el carisma vicentino (= de impresionante actualidad). Necesitamos el vino nuevo en odres nuevos: ministerios nuevos, formas nuevas de evangelización, formas nuevas de servicio y de presencia, formas nuevas de gobierno de las comunidades. La gran novedad es Jesucristo. 

EG 11: "Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina".


2.      Tomar conciencia de nuestra identidad

Si el carisma vicentino es cristocéntrico, no puede faltarnos cotidianamente esta referencia vital. No como una idea, sino una experiencia de encuentro e identificación con Jesucristo.

El vicentinismo no es algo arqueológico, se trata de una teología espiritual dinámica, soportada sobre algunas bases:

ü  La base personal: la opción preferencial por los pobres
ü  La base mística: Jesucristo, modelo de seguimiento en la opción por los pobres
ü  La base histórica: búsqueda del Reino de Dios y su justicia
ü  La base teológica: la necesidad de la acción reflexiva
ü  La base eclesiológica: el otro revela mi identidad.

Estamos llamados a encarnar la Buena Noticia, en el seguimiento de Cristo, evangelizador de los pobres. Esto es: hacer propio el «modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos», asumir en concreto su estilo de vida, adoptar sus actitudes interiores, dejarse inundar por su espíritu, asimilar su sorprendente lógica y su escala de valores, compartir sus riesgos y sus esperanzas: «guiados por la certeza humilde y feliz de quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por la Verdad que es Cristo, y no puede dejar de proclamarla» (Papa Francisco).


Jesucristo nos ayuda a superar nuestras tentaciones (78-86): vida fragmentada (78); acentuación del individualismo, crisis de identidad y caída del fervor (78); contaminación de la cultura mediática que lleva a ocultar convicciones (79); relativismo práctico (80); estilos de vida que se aferran a seguridades y espacios de poder (80); acedia paralizante (81-82); la sicología de la tumba = cristianos de museo (83); tristeza dulzona sin esperanza (83); cautivados por cosas que apolillan el dinamismo apostólico (83), pesimismo estéril = pesimistas quejambrosos y desencantados con cara de vinagre (84-85); mundanidad espiritual (93-95); envidia (99); excesivo clericalismo (102); comodidad, flojera, tristeza insatisfecha, vacío egoísta (275).


Henry de Lubac en su Meditación sobre la Iglesia, dice:

“Si Jesucristo no es su riqueza, la Iglesia es miserable. Es estéril si el Espíritu de Jesús no florece en ella. Su edificio es ruinoso, si Jesucristo no es el arquitecto y su Espíritu no es el cimiento de las piedras vivas con las que ella se ha de construir.   No posee hermosura alguna si no refleja la única hermosura del Rostro de Jesucristo y si no es el Árbol cuya raíz es la Pasión de Jesucristo. La ciencia de la que ella se engríe es falsa y falsa también la sabiduría que la adorna, si no se resumen la una y la otra en Jesucristo… Toda su gloria es vana, si no se la pone en la humildad de Jesucristo… Su mismo nombre nos es extraño si no nos evoca enseguida el único Nombre dado a los hombres para su salvación. Ella es nada, si no es el sacramento, el signo eficaz de Jesucristo” (H. Lubac, Méditation sur l'Eglise, p.188-189).



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