“Todo lo
considero pérdida [estiércol] si se compara con el bien supremo de conocer a
Cristo Jesús, mi Señor; por él doy todo por perdido y lo considero basura con
tal de ganarme a Cristo y estar unido a él… Lo que quiero es conocer a
Cristo y sentir en mí el poder de su resurrección; tomar parte en sus
sufrimientos… No pretendo decir que haya conquistado la meta o conseguido
la perfección, pero me esfuerzo a ver si la conquisto, por cuanto yo mismo he
sido conquistado por Cristo Jesús… olvidando lo que he dejado atrás, me lanzo
de lleno para conquistar lo que está delante y corro hacia la meta, hacia el
premio al que Dios me llama desde lo alto por medio de Cristo Jesús.
Esto
deberíamos pensar los que nos creemos maduros en la fe… En todo caso,
permanezcamos firmes en lo que hemos logrado… Ahora bien, el punto a donde
hemos llegado nos marcará la dirección” (Fil.
3, 7-16).
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La vida
cristiana está determinada por verbos de movimiento: salir, ir, atravesar, caminar,
subir, remar, lanzar…
“Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier
persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la
vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (Aparecida
32).
«Invito a cada cristiano a renovar ahora mismo su encuentro
personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar
por Él, de intentarlo cada día sin descanso». Pablo nos conduce a esta visión
fundamental: nadie puede poner otro
cimiento que el ya puesto, Jesucristo (1 Cor 3, 11)” (EG 3).
El segundo
objetivo específico de este Encuentro dice: Reavivar
nuestra opción por Jesucristo a la luz del carisma vicentino en el contexto de
la celebración de su cuarto centenario para tomar conciencia de nuestra
identidad. Comienzo haciendo
referencia a este objetivo, porque este será el contenido de mi reflexión. Se entiende con ello que los organizadores de
este III Encuentro de animación vocacional quieren que se aproveche la
coyuntura jubilar para ayudarnos a peregrinar al corazón del carisma, y que la
memoria que hacemos no se cifre –cuantitativamente hablando– en la suma de años
(chronos), sino que viva como tiempo
oportuno, momento salvífico (kairós)
y como un
evento que se establece en un futuro próximo, una acción de Dios que determina
la calidad y la seriedad de nuestro tiempo presente (Escaton). Este es tiempo
propicio para evocar significados y
exigencias relacionadas con nuestra vocación (Alegraos, p. 19).
San Vicente dijo a su amigo de toda la vida, el Padre Portail: “Recuerda que vivimos en Jesucristo a través
de la muerte de Jesucristo, y morimos en Jesucristo a través de la vida de
Jesucristo. Nuestra vida debe estar escondida en Jesucristo y llena de
Jesucristo. Y para morir como Jesucristo debemos vivir como Jesucristo” (I,
320).
El punto a donde hemos llegado nos
marcará la dirección… Pablo en su carta a la comunidad de Filipos
refleja su propia experiencia de Señor. Es la carta más familiar y confidencial
de los escritos paulinos. Es la carta de un corazón agradecido y al mismo
tiempo preocupado, porque también en aquella comunidad se vislumbran divisiones
y problemas. El grito cúltico de las
primeras comunidades se resume en esta doble confesión de fe: Jesús es Señor, Jesús es Cristo. Pablo ya ha
vivido la experiencia de dejarse alcanzar por Cristo y de tenerlo como centro,
como su ‘Kyrios -Señor’. Cristo lo alcanzó en el camino de Damasco,
ahora le toca a Pablo correr para alcanzar a Cristo. Esto es lo que nos corresponde a nosotros:
hemos sido alcanzados por Cristo, ahora hay que correr para alcanzarlo. Esto
deberíamos pensar los que nos creemos maduros en la fe… El “conocimiento”
de Cristo Jesús se entiende en el sentido más genuino de la tradición bíblica:
entrar en comunión profunda de vida y de destino con una persona. No se trata de un “conocimiento” intelectual,
que se queda en el campo de ideas, sino de una real experiencia que marca y
define la vida.
Entrar en sus sentimientos, configurarse
con Él, identificarse con Él, permanecer en Él, conformarse a él en todo…
maneras de afirmar la centralidad de Cristo en nuestra vida.
1.
Nuestro carisma vicentino es cristocéntrico
No voy a hacer
una disertación sobre el carisma vicentino.
Pero sí quiero retomar el eje cristocéntrico del mismo, por aquello de Reavivar nuestra opción por Jesucristo a la
luz del carisma vicentino. Comúnmente
decimos que nuestro carisma es “cristocéntrico”: un encuentro con Jesucristo en
el pobre. Es necesario, entonces, volver una y otra vez sobre lo que es
esencial.
El
seguimiento es una vinculación a Jesucristo, un arraigamiento en Él; el
arraigarse debe existir porque existe Cristo.
No nos arraigamos a una idea, a una ideología, a una
doctrina, sino de una
persona, la de Cristo. Si nos pusiéramos en contacto con una idea, nos
situaríamos en una relación de conocimiento intelectual, de entusiasmo, quizás
de realización, pero nunca de seguimiento personal. Un cristianismo sin Jesucristo vivo sigue
siendo, necesariamente, un cristianismo sin seguimiento, y un cristianismo sin
seguimiento es siempre un cristianismo sin Jesucristo; es idea, mito.
Todo cristiano,
Como san Pablo, debe tener su propia cristología, mi vivir es Cristo (Fil 1,21), que consiste en el modo como
responde a la interpelación que Cristo le hace para seguirlo.
Pedro confesaba
abiertamente después de Pentecostés: «Él es la piedra que vosotros, los
constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular.
Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros
debamos salvarnos» (Hech, 4, 11-12) Con palabras semejantes confiesa su
experiencia Pablo: ¿Quién me separará del amor
de Cristo?… (Rom. 8, 35). Es la misma experiencia de san Vicente y santa Luisa:
Jesucristo es la roca que fundamenta su vida, es la razón de su existir, el
modelo de su conducta y la fuente del amor
que justifica y da sentido a su existencia.
Todo el
ejercicio de la memoria tiene tres fundamentos que son imprescindibles para
comprender nuestro carisma:
-
La función
conmemorativa
-
La función
actualizadora
-
La función
profética
§ La función
conmemorativa
Mira al
pasado. La memoria tiene relación
directa con el pasado. Retornar a los
orígenes significa retornar a la experiencia fundante. Hacer memoria en este
sentido equivale a dos cosas importantes: en primer lugar, saber de manera
auténtica cuál es nuestro carisma. En
segundo lugar, comprender cuáles son las raíces evangélicas de nuestro
carisma. Los Fundadores han fundado su vida
en la persona de Jesucristo, lo han seguido con radicalidad y han asumido
aquellas actitudes necesarias para la realización de su propia vocación.
Se trata de
redescubrir la raíz misma de nuestra vocación, la raíz que ha dado vida, que ha
alimentado el gran árbol vicentino, raíz puramente evangélica. Buscar la raíz,
la fuente inspiradora, la experiencia fundante y original.
§ La función
actualizadora
Es la función
que mira al presente. Significa vivir
hoy el carisma vicentino en un contexto histórico, social y cultural diferente.
Nuestra calidad espiritual y evangélica depende de la capacidad de encarnar en
nuestra realidad actual, lo esencial, la originalidad y la validez del carisma.
Para esto son necesarias dos cosas:
-
Memoria de Cristo. Vivir la memoria de Cristo pobre, marginado,
despreciado, que se puso al lado de los que no contaban.
-
Memoria que sea juicio de los pobres. Someterse diariamente al juicio de los pobres. Ellos
deben juzgar lo que hacemos, lo que pensamos, lo que vivimos, lo que
decidimos. Ellos nos confrontan.
§ La función
profética
Es la función
que mira al futuro. El carisma vicentino es esencialmente esperanza para los
pobres. Es necesaria una lucidez (la sabiduría del corazón) para mirar el
futuro, una gran creatividad para no fotocopiar el pasado y no parquearse en un
presente mediocre y superficial. Estamos llamados a eliminar lo viejo (añejo),
lo que no sirve y a tener el coraje de emprender caminos nuevos que están
insertos en el carisma vicentino (= de impresionante actualidad). Necesitamos
el vino nuevo en odres nuevos: ministerios nuevos, formas nuevas de
evangelización, formas nuevas de servicio y de presencia, formas nuevas de
gobierno de las comunidades. La gran novedad es Jesucristo.
EG 11: "Jesucristo
también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos
encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina".
2.
Tomar conciencia de nuestra identidad
Si el carisma
vicentino es cristocéntrico, no puede faltarnos cotidianamente esta referencia
vital. No como una idea, sino una experiencia de encuentro e identificación con
Jesucristo.
El vicentinismo
no es algo arqueológico, se trata de una teología espiritual dinámica, soportada
sobre algunas bases:
ü La base personal: la opción preferencial por los
pobres
ü La base mística: Jesucristo, modelo de seguimiento
en la opción por los pobres
ü La base histórica: búsqueda del Reino de Dios y su
justicia
ü La base teológica: la necesidad de la acción
reflexiva
ü La base eclesiológica: el otro revela mi identidad.
Estamos llamados
a encarnar la Buena Noticia, en el seguimiento de Cristo, evangelizador de los
pobres. Esto es: hacer propio el «modo de existir y de actuar de Jesús como
Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos», asumir en concreto su
estilo de vida, adoptar sus actitudes interiores, dejarse inundar por su
espíritu, asimilar su sorprendente lógica y su escala de valores, compartir sus
riesgos y sus esperanzas: «guiados por la certeza humilde y feliz de quien ha
sido encontrado, alcanzado y transformado por la Verdad que es Cristo, y
no puede dejar de proclamarla» (Papa Francisco).
Jesucristo nos ayuda a superar nuestras tentaciones (78-86): vida fragmentada (78); acentuación del
individualismo, crisis de identidad y caída del fervor (78); contaminación de
la cultura mediática que lleva a ocultar convicciones (79); relativismo práctico
(80); estilos de vida que se aferran a seguridades y espacios de poder (80);
acedia paralizante (81-82); la sicología de la tumba = cristianos de museo
(83); tristeza dulzona sin esperanza (83); cautivados por cosas que apolillan
el dinamismo apostólico (83), pesimismo estéril = pesimistas quejambrosos y
desencantados con cara de vinagre (84-85); mundanidad espiritual (93-95);
envidia (99); excesivo clericalismo (102); comodidad, flojera, tristeza
insatisfecha, vacío egoísta (275).
Henry de Lubac en su Meditación sobre la Iglesia,
dice:
“Si Jesucristo no es su riqueza, la Iglesia es miserable. Es estéril si
el Espíritu de Jesús no florece en ella. Su edificio es ruinoso, si
Jesucristo no es el arquitecto y su Espíritu no es el cimiento de las piedras
vivas con las que ella se ha de construir.
No posee hermosura alguna si no refleja la única hermosura del Rostro
de Jesucristo y si no es el Árbol cuya raíz es la Pasión de Jesucristo. La
ciencia de la que ella se engríe es falsa y falsa también la sabiduría que la
adorna, si no se resumen la una y la otra en Jesucristo… Toda su gloria es
vana, si no se la pone en la humildad de Jesucristo… Su mismo nombre nos es
extraño si no nos evoca enseguida el único Nombre dado a los hombres para su
salvación. Ella es nada, si no es el sacramento, el signo eficaz de
Jesucristo” (H. Lubac, Méditation
sur l'Eglise, p.188-189).
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