Voluntariado Juvenil Vicentino
El Voluntariado Juvenil Vicentino tuvo su origen en París el 29 de noviembre de 1909. Nació con el nombre de “Obra de Luisas de Marillac”, y como parte de la Cofradía de las Damas de la Caridad, hoy Asociación Internacional de Caridades (A.I.C.). De esto hay constancia en un acta en la parroquia de San Nicolás de Chardonet, firmada por Monseñor Annette, Arzobispo de Paris.
En Colombia fue organizado el movimiento el 2 de enero de 1933 3n Cali, desde donde se propagó al resto del País. En 1971 tomo el nombre de Voluntariado Juvenil Vicentino “VOLJUVI” dejando de ser solo femenino.
Hace parte de la familia vicentina. Sigue las orientaciones de la Iglesia Católica, es ajeno a toda actividad de carácter partidista. Acata la constitución y las leyes de la Republica y promueve obras sociales de caridad y Evangelización, desarrollo humano y servicio a la comunidad.
lunes, marzo 26
sábado, marzo 17
“Padre, he pecado contra Dios y contra ti. Ya no
merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros."
«Y volviendo en sí dijo: ¡Cuántos jornaleros
en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!»
Volver en sí es el acto fundamental. Tomar conciencia de la realidad.
(Alguien ha escrito que el que se aleja de Dios se aleja de sí mismo; al volver
en sí, regresa a Dios). Es el inicio que le permite ver las cosas tal como son
en realidad. Salir del autoengaño en que vivía. No es un movimiento emocional;
es un acto racional. Los jornaleros de su padre son todos aquellos que
están cerca de Dios y que viven colmados.
«Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.» El arrepentimiento, si es verdadero, conduce a una decisión: Confesar los propios pecados y pedirle perdón a Dios. Como en la parábola el padre es un ser humano, el hijo arrepentido se propone decirle: «He pecado contra el cielo* (es decir, contra Dios) y contra ti». Dice contra Dios en primer lugar porque eso hacemos en realidad cada vez que pecamos (Sal 51.4).
«Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.» El arrepentimiento, si es verdadero, conduce a una decisión: Confesar los propios pecados y pedirle perdón a Dios. Como en la parábola el padre es un ser humano, el hijo arrepentido se propone decirle: «He pecado contra el cielo* (es decir, contra Dios) y contra ti». Dice contra Dios en primer lugar porque eso hacemos en realidad cada vez que pecamos (Sal 51.4).
«Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme
como a uno de tus jornaleros.» Arrepentirse implica humillarse: «No soy digno
de que me recibas de nuevo en tu casa, no soy digno de que me perdones, de que
me acojas. Trátame como al último de tus jornaleros porque, aunque yo soy tu
hijo, no merezco serlo». Así es. Para acercarse a Dios debe humillarse hasta el
suelo. Entonces él en su misericordia, y sin que lo merezca, lo levantará (1 Pe
5.6–8).
Por
suerte, Dios no desfallece en su fidelidad y, aunque nos alejemos y perdamos,
nos sigue con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a
nuestra conciencia para volvernos a atraer hacia sí.; Sólo experimentando
arrepentimiento, reconociendo que somos amados con un amor gratuito, más grande
que nuestra miseria y que nuestra justicia, entramos finalmente en una relación
verdaderamente filial y libre con Dios.
Sabiendo que somos hijos de Dios
pensamos que lo merecemos todo. A veces no somos ni capaces de agradecer a
nuestro Creador por el gran don de la vida. Y, mucho menos, nos esforzamos por
corresponder a su amor infinito.
¿Cuánto hemos recibido de Dios? ¡Todo! Sin embargo lo vemos como una obligación de parte de Él. Podríamos llegar a quejarnos cuando no recibimos lo que queremos y tal vez hasta hemos llegado al punto de exigirle.
Dios, en su infinita bondad, no cesa de colmarnos de sus gracias y hasta cumple con nuestros caprichos. No importa si le agradecemos o no.
Lo más hermoso es ver que Dios no se cansa y por mucho que nos alejemos de Él, cuando deseamos volver, ahí está con los brazos abiertos esperándonos con un corazón lleno de amor.
Dios es el Pastor que se alegra al encontrar la oveja perdida. Él es el Padre que espera a su hijo perdido con grandes ansias, le perdona cualquier falta cuando ve un verdadero arrepentimiento y lo llena de su amor. Digamos a Cristo: "Señor Tú lo sabes todo… tu sabes que te quiero"
¿Cuánto hemos recibido de Dios? ¡Todo! Sin embargo lo vemos como una obligación de parte de Él. Podríamos llegar a quejarnos cuando no recibimos lo que queremos y tal vez hasta hemos llegado al punto de exigirle.
Dios, en su infinita bondad, no cesa de colmarnos de sus gracias y hasta cumple con nuestros caprichos. No importa si le agradecemos o no.
Lo más hermoso es ver que Dios no se cansa y por mucho que nos alejemos de Él, cuando deseamos volver, ahí está con los brazos abiertos esperándonos con un corazón lleno de amor.
Dios es el Pastor que se alegra al encontrar la oveja perdida. Él es el Padre que espera a su hijo perdido con grandes ansias, le perdona cualquier falta cuando ve un verdadero arrepentimiento y lo llena de su amor. Digamos a Cristo: "Señor Tú lo sabes todo… tu sabes que te quiero"
¡Cuántas veces
hemos ofendido a Dios con nuestros pecados, desperdiciando los dones que nos
dio! Y sin embargo, Dios está siempre esperándonos: ya desde lejos ve a su hijo
y se adelanta hacia él para abrazarlo y besarlo. Qué hermoso detalle de la
parábola para mostrarnos la paciencia y el amor de Dios para con nosotros,
pobres pecadores.
Dios exige arrepentimiento:
el hijo pródigo se levantó y volvió arrepentido a su casa, en una actitud
humilde, le dice: “no merezco ser llamado hijo tuyo”. Dios no perdona
al que no se arrepiente, porque éste no quiere ser perdonado. Dios exige
nuestro asentimiento libre a su amor infinito: no nos puede salvar contra
nuestra voluntad; nos ha creado libres.
El pecador arrepentido recupera la gracia y las
virtudes que vienen con ella: es el vestido y el anillo que el padre manda
poner a su hijo. En el arrepentimiento Dios nos da una vuelta a la vida, porque
se recupera la gracia, participación de la vida misma de Dios: “este hijo
mío estaba muerto y ha vuelto a la vida”. Quien está en pecado mortal está
muerto para Dios; sólo la frágil vida humana lo separa de la muerte eterna, que
es el infierno.
lunes, marzo 12
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